domingo, 4 de abril de 2010

Begur, verano de 1986


Me despierta un olor a café recién hecho y el tintineo de las campanas de la Iglesia. Me regodeo en escuchar el trajín que llega, como en un susurro, desde la cocina y entreabro los ojos para dejar que los rayos de sol que se filtran entre las cortinas me vayan despejando. Doy unas cuantas vueltas en la cama y me voy estirando un poco. Qué gustirrinín despertarse en Begur...los pajaritos que canturrean parecen chillarme "levántate ya que hace un día espectacular!" y entre un estímulo y otro, decido ponerme en pie decidida por el run-run de la barriga. Bajo descalza a la cocina porque me gusta sentir con los pies desnudos el suelo de baldosas de barro hechas a mano de la Bisbal, a veces parece que desprendan tierrecilla... El abuelo está en su rincón de la mesa con vistas al castillo de Begur (es el mejor sitio de la mesa de la cocina, el sitio del Sr. de Can Jané) leyendo plácidamente el periódico. Todo aseado, con su olor a colonia fresca, repeinau y con su sonrisa enorrrrme de súper-abuelo. La abuelita está, cual señora, con su gran tazón de café humeante comentando con la Sra. Josefa, "la masovera", lo que van a preprar para comer. Un besito a cada uno en la mejilla y me dispongo a sentarme con cierta excitación por los olores y el sentimiento de súperprotección que sólo da la familia.

En la mesa ya han pasado algunos de mis hermanos y me pillo un sitio con rastro de migas de ensaimada y croissant de algún comensal más madrugador que yo, probablemente habrá sido Ana que es un "cul inquiet" y siempre está haciendo de todo menos el vago (no como otras, y trago saliva). Un gran zumo de naranja recién exprido, unos huevos fritos del gallinero casero y un poco de "pa de pessic" es mi desayuno preferido en el pueblo. Es un desayuno de payés o lo que es lo mismo: de reyes. Papá y Mamá todavía no han bajado, suelen ser los últimos...siempre bajan al mismo tiempo con pocos minutos de diferencia. También con olor a recién duchados y con un fresco y sorprendente súperbuen humor matinal.

Mis hermanos están ya correteando, subiendo y bajando escaleras: el bañador, la toalla...todos los bártulos para el "momento piscina". No faltan las típicas discusiones por los patos y las gafas para bucear. Hay lo que se dice: ambientillo. Y es que parece que vayan a dar un premio al primero que se tire en la piscinia. A mi me gusta bajar a la piscina con un albornoz de color azul celeste que por fuera es como aterciopelado, me siento toda una mujercita con mis 6 años y me regodeo en una instintiva coquetería infantil. Para que no nos peleemos, mis abuelos son muy generosos con los flotadores inflables para jugar en la piscina y tenemos tropecientos. Me flipa coger el flotador gigante en forma de cocodrilo y tumbarme encima mientras siento el ardor del sol en la piel y toco con la punta de los dedos de los pies y de las manos el agua fresquita. Hasta que claro...cómo no? llega mi hermano mayor Alberto sigilosamente, sin hacer el más mínimo ruido, buceando y con un empujón seco me vuelca al agua!! cómo me fastidia!! y entonces empiezan las peleas que acaban irremedialblemente en risas, carreras, pillerías... exhaustivamente satisfactorias de diversión.

Después de un rato en la piscina pueden surgir diferentes planes todavía antes de comer, igual vamos al huerto a recoger tomates y al gallinero a coger los huevos recién puestos. O igual vamos a alguna calita a hacer una miniexcursión por las rocas. Solemos ir Platja Fonda...me da un poco de pereza esta cala porque hay que bajar por un camino de tierra muy empinado por el que me suelo resbalar pero la verdad es que es chulísima. Vamos hasta el final de la cala hasta dar a la zona "rocosa" desde donde mis hermanos mayores se tiran desde una zona muy alta. A mi me da un terror espantoso...pero mis hermanos Alberto y Marc son tan fuertes y valientes!! siempre hay otros chicos que se retan a ver cuál es el más valiente. A mi me da muchas cosa, sólo me tiré una vez y casi me muero del susto por el camino. Las hermanitas somos más de buscar bichitos entre las rocas, jugar con erizos, escarabajos, hacer experimentos como coger agua y ponerla entre los agujeros de las rocas para aislar a animaloides varios y hacer todo tipo de gamberradas. También mola bucear con las gafas y asustar a los pececillos. El que consigue una estrella de mar se convierte en el ídolo del día.

Llegamos a casa con un hambre feroz y la comida está servida en la mesa: judías del huerto aderezadas con tomate triturau del huerto, con cebollita y aceite. Fresquito, fresquito y muy saciante para lo sedientos que llegamos. De segundo carne rebozada. Para terminar un poco de melón y sandía bien fríos y dulzones. En la sobremesa no falta la retahíla de chistes que empieza a contar el abuelo. A veces saca un papel arrugado del bolsillo donde los tiene más o menos apuntados para acordarse de todos. Y venga más chistes, uno detrás del otro. Mi padre también suelta alguno y mi hermano mayor de vez en cuando nos sorprende con alguno, "performance" incluida. Concluida la sobremesa un poco de siesta time hasta la hora de la merienda. Solemos subir al castillo con pan y chocolate. Alberto nos monta gymkanas para encontrar el tesoro escondido. Hemos de seguir pistas y si damos con el tesoro nos esperan unas suculentas chucherías.

Abro los ojos, y estamos en el año 2010. Miro desde la silla donde solía sentarse mi abuelo en la cocina, el Castillo de Begur con melancolía. Cuántos recuerdos de la infancia, cuánta belleza...cuanto amor. Ya soy casi una treintañera y todos estos recuerdos siempre me invaden cuando regreso al pueblo, a mi querido Begur.